En 1983, un jovencísimo Steve Jobs estaba buscando un CEO para Apple que tuviera una gran base gerencial.
Alguien que cuando se presentase en sociedad cerrase todas las bocas.
Que nadie se atreviese a decir que era otro hippie más de la comuna de Silicon Valley.
A Jobs no le valía cualquiera.
Quería alguien incontestable.
Y le gustaba un tipo que en aquel momento era ni más ni menos que el presidente ejecutivo de Pepsi.
Pepsi estaba en un uno de los mejores momentos de su historia.
Así que Sculley era más que reacio.
No lo veía claro.
Aunque iba a cobrar una pasta (500.000$ + porcentaje de beneficios) ya estaba cobrando esa cifra en Pepsi así que se percibía en el ambiente su negativa.
Hasta que algo cambió
Hasta que alguien dijo algo.
Algo que hizo que el miedo se convirtiese en desafío.
Y aceptó
A pesar de todas las reticencias
Acepto.
El resto es historia.
La frase que le dijo Jobs a Sculley fue
Tienes que decidir si vas a seguir toda tu vida vendiendo agua azucarada o venir conmigo a cambiar el mundo
Está claro que la parte racional (la pasta y las condiciones) es determinante para convencer a los demás
Pero también que hay un factor emocional que en muchas ocasiones puede decantar la balanza.
Ser capaz de lograr que los demás hagan lo que queremos que hagan es un superpoder.